El trastorno de ansiedad generalizada consiste en una preocupación excesiva y constante por una gran variedad de facetas de la vida diaria, la cual es vivida como un estado de tensión interna y una dificultad para relajarse. La cuarta versión del «Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales» lo define como una ansiedad y preocupación excesivas sobre una amplia gama de acontecimientos o actividades, que se prolongan más de 6 meses y que al individuo le cuesta mucho controlar, junto con 3 o más de los siguientes síntomas:
- Inquietud o impaciencia
- Fatigabilidad fácil
- Dificultad para concentrarse o tener la mente en blanco
- Irritabilidad
- Tensión muscular
- Alteraciones del sueño (dificultad para conciliar o mantener el sueño o sensación al despertarse de sueño no reparador)
A los que habría que añadir otros síntomas derivados de la tensión muscular (agitación e inquietud psicomotriz, cefaleas tensionales o temblores) o de la hiperactivación vegetativa (mareos, sudoración, taquicardia o taquipnea, molestias epigástricas, vértigo, sequedad de boca, etc.). Así, un individuo afectado por este problema es alguien que siempre está preocupado por algo, tenga o no motivos para ello, pensando que va a ocurrir lo peor, y que, como consecuencia de esa actitud, experimenta diversas molestias y dolores físicos. Durante el vuelo o ante la mera perspectiva de tener que coger un avión, este individuo empezará a preocuparse por la posibilidad de que se produzca un accidente grave y se asustará, cosa que provocará un aumento de su preocupación y ésta, a su vez, un aumento de su miedo, en una espiral que desembocará en algún síntoma físico o incluso en un ataque de pánico.
El trastorno de ansiedad generalizada es más común en mujeres que en hombres y puede comenzar en cualquier momento de la vida, aunque parece más frecuente que lo haga en la infancia o adolescencia, ya que la mayoría de las personas diagnosticadas reconocen haber estado ansiosas o nerviosas toda la vida. En su origen es posible que confluyan una vulnerabilidad biológica y una vulnerabilidad psicológica. La primera se ha descrito como una hipersensibilidad neurobiológica al estrés genéticamente determinada, mientras que para la segunda se han propuesto diversas causas, desde unos padres sobreprotectores, muy exigentes y/o ansiosos, hasta ciertas características de personalidad tales como perfeccionismo, dependencia o falta de asertividad, pasando por un apego inseguro al cuidador principal durante la infancia, que habría creado un conflicto interno en el niño por el cual éste se debatiría permanentemente entre el enfado y el perdón hacia esa otra persona. En esta línea, T. Borkovec ha elaborado un modelo de la vulnerabilidad psicológica a la ansiedad generalizada en el que distingue dos componentes principales: la percepción del mundo como algo intrínsecamente amenazante y la creencia de que uno es incapaz de afrontar los eventos considerados amenazantes. Según el autor, ambas cosas generan una enorme ansiedad que el individuo intenta manejar mediante la preocupación, que en este contexto no sería una forma de hacer frente a la amenaza, sino más bien de evitarla.
En cualquier caso, no debemos preocuparnos todavía más por padecer este trastorno, ya que existen tratamientos efectivos para hacerle frente.
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