Avanzar en nuestro camino

03/01/2011

Reflexionando sobre los mecanismos subyacentes a las recaídas en la depresión con el fin de desarrollar un tratamiento efectivo para prevenirlas, Z. V. Segal, J. M. G. Williams y J. D. Teasdale llegaron a la conclusión de que, si la identificación y sustitución de pensamientos negativos por otros más adaptativos era beneficiosa, no se debía a que nos enseñe cómo modificar el pensamiento, sino sencillamente a que nos distancia respecto de nosotros mismos. Los autores añadían que este distanciamiento nos permitía ver tales pensamientos como productos de nuestra mente en lugar de como reflejos de la realidad, pero quizá esto solo sea una parte de lo que ocurre.

En la década de 1970, Albert Bandura intentaba explicar por qué distintas técnicas terapéuticas eran eficaces a pesar de pertenecer a marcos téoricos muy alejados entre sí. Lo que halló fue que todas esas intervenciones aumentaban lo que él llamó expectativas de autoeficacia, esto es, la convicción de que uno puede llevar a cabo satisfactoriamente la conducta necesaria para lograr unos determinados resultados.

Hay que distinguir entre las expectativas de autoeficacia y la conducta propiamente dicha, porque estas expectativas son aquello que provoca que volvamos a repetir la conducta o que insistamos en ella con independencia de los resultados obtenidos previamente. De hecho, se ha visto que la persona que posee altas expectativas de autoeficacia o, lo que es igual, que confía en sí misma, es más optimista de cara al futuro; se propone metas más ambiciosas y se esfuerza más en conseguirlas, interpretando las dificultades como retos o desafíos, y, por último, es más feliz e incluso cuida más su salud.

Pues bien, la identificación y sustitución de pensamientos negativos por otros más adaptativos, pero también la parada del pensamiento,  la distracción o las técnicas de control de la imaginación, incluyendo la técnica radical de imaginar un accidente o catástrofe aérea, son efectivas porque, en la medida en que producen resultados, incrementan las expectativas de autoeficacia de quien las pone en práctica. Pero si ello es así, se debe a que todas esas técnicas nos han distanciado respecto de nosotros mismos como aerofóbicos, convirtiéndonos en esa otra persona que está dispuesta a ayudarnos y que conseguirá que, al final, superemos nuestro problema.

Aplicar estas técnicas implica separarnos de la persona que se encuentra atrapada por el mecanismo de la fobia a volar, con todo lo que eso conlleva (pasarlo mal cuando volamos, emplear remedios contraproducentes para intentar que no suceda, esperar volver a experimentar ansiedad cada vez que subamos a un avión y tener pensamientos automáticos negativos así como imágenes desagradables sobre el hecho de volar), y empezar a avanzar en nuestro camino.

Imagen | Malage21

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